Por una parte, el ángel es una criatura que está en la presencia de Dios, orientada con todo su ser hacia Dios. Los tres nombres de los Arcángeles acaban con la palabra "El", que significa "Dios". Dios está inscrito en sus nombres, en su naturaleza. Su verdadera naturaleza es estar en él y para él.
Precisamente así se explica también el segundo aspecto que caracteriza a los ángeles: son mensajeros de Dios. Llevan a Dios a los hombres, abren el cielo y así abren la tierra.
Precisamente porque están en la presencia de Dios, pueden estar también muy cerca del hombre. En efecto, Dios es más íntimo a cada uno de nosotros de lo que somos nosotros mismos.
San Miguel Arcángel hace espacio a Dios en el mundo. Ante todo, San Miguel (en la Sagrada Escritura), lo encontramos en el libro de Daniel, en la carta del apóstol San Judas Tadeo y en el Apocalipsis. En esos textos se pone de manifiesto la principal función de este Arcángel: defender la causa de la unicidad de Dios contra la presunción del dragón, de la "serpiente antigua", como dice san Juan.
Al Arcángel Gabriel lo encontramos sobre todo en el relato del anuncio de la Encarnación de Dios a María, como nos lo refiere San Lucas (Lc 1, 26-38). Gabriel es el mensajero de la Encarnación de Dios. Llama a la puerta de María y, a través de él, Dios mismo pide a María su "sí" a la propuesta de convertirse en la Madre del Redentor: de dar su carne humana al Verbo Eterno de Dios, al Hijo de Dios.
San Rafael se nos presenta, sobre todo en el libro de Tobías, como el ángel a quien está encomendada la misión de velar y curar. Cuando Jesús envía a sus discípulos en misión, además de la tarea de anunciar el Evangelio, les encomienda siempre también la de curar.
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